Como por arte de afanosas arañas o alguna suerte de viejas tejedoras, en las calles de La Habana encontramos balcones y ventanas adornados con las formas más caprichosas y bellas.
Estas rejas, alejadas de las connotaciones negativas de la palabra, nos evocan el pasado de una ciudad con más gusto por lo abigarrado, por lo barroco, y hoy conservan intacta su naturaleza admirable con el valor adicional que les otorga el hecho de existir a pesar de tantas cosas: de la cercanía con el mar, de los años, de las estaciones… del tiempo. Es una resistencia a toda costa que surte cierto efecto semejante al del añejo en las bebidas.
Inmóviles y silenciosas nos miran pasar. Mirémoslas a ellas:
Una memoria amable en tiempos de vidrio, plástico y acero fundido.
Junto a la vegetación natural "crece" una de metal.
Versiones contemporáneas, por oficio de dudosa destreza.
El estado de conservación de algunas hace que su verdadera edad solo pueda ser atestiguada por el entorno.
Bienvenida.
Pequeño paisaje inmediato.
Guardavecinos no tan útiles en sus funciones divisorias y
protectoras como en las de sostener largas tendederas,
sin mayores perjuicios a su dignidad estética.
Sonrisa añeja.
Publicado el 21 de Mayo del 2010, en Cubadebate.-
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